11/5/09

Crónicas de Pushân: Argentina y Uruguay

“Hemos cruzado el océano”. Es justamente en ese momento en el que sí o sí nos dimos cuenta de la realidad de nuestro viaje, ese que llevábamos planeando desde hacía algunos años pero que se quedaba más en un álgido deseo, por las circunstancias en que queríamos que se diese, que en un sueño fácil de cumplir. Sin embargo, y como en todo, han tenido que intervenir la decisión, la ilusión y, sobre todo, el espíritu y la voluntad para hacerlo posible. También la coincidencia.

Nos fuimos solas pero acompañadas. Siempre se ha tratado de un viaje de dos + todos los que deberían de estar y, afortunadamente, estuvieron. Allí nos esperaron, allí nos reencontramos y allí ha sucedido todo lo irrepetible de este viaje: amalgama de sentimientos , de risas sinsentido y de un lenguaje de complicidad que estrechó aún más los lazos entre nosotros.

Deseosas de descubrir, pues, las tierras gauchas de nuestros amigos, y con todas las personas, que también nos gustaría que hubiesen estado y no estuvieron, recorrimos Buenos Aires y gran parte de Uruguay en un viaje de tres semanas realmente intensas pero obviamente cortas.

Aterrizamos en la capital porteña justo un día antes de la entrada del otoño, aunque la sensación térmica era más bien la de un Madrid en pleno julio. Entre el calor húmedo, el ataque de los mosquitos y las caminatas interminables, nuestros pies se deformaron, nuestro pelo requirió un completo tratamiento anti-frizzing y nuestros músculos, cantidades ingentes de azúcar que no tuvimos problema en paliar con un dulce dulcísimo, el dulce de leche.

Desde el primer día nos enseñaron que el argentino nace, vive y muere en crisis y que, en el caso de las mujeres, hay tres cosas que una argentina no deja de hacer nunca aunque no tenga dinero: ir a la peluquería, salir a tomar café con sus amigas y comer carne.

Con estas premisas, nuestra idea fue empaparnos al máximo de la rutina porteña y sentirla como una urbe con personalidad cosmopolita y pasmosamente dinámica en vez de asumirla como una ciudad que aún vive en la desesperación de la crisis. Así, conocimos una Buenos Aires próxima al estereotipo de capital europea, por eso nuestra percepción fue un “más de lo mismo”.

Nos dejamos caer por “Caminito” y San Telmo, escenarios fugaces de espectáculos artificiales que exaltan la cultura tanguera donde todo o casi todo está medido; Puerto Madero: zona en pleno apogeo, camino de convertirse en la sofisticación personificada con sus calles adoquinadas, sus almacenes portuarios restaurados y reconvertidos en lujosos lofts, oficinas y restaurantes y un gran número de rascacielos en fase de construcción; el Microcentro: el paraíso del caos donde la educación vial parece no existir; y por último, Palermo que ha sido la sorpresa estelar, el lugar más y menos convencional, la zona de moda que atesora restaurantes, cafés y tiendas de estilo único que, unidos al ambiente que acogen lugares particulares como la Plaza Serrano o Las Cañitas, hacen de este barrio uno de los más afamados de la capital. Y es precisamente aquí donde decidimos decir adiós a Buenos Aires para que nos dijesen: Bienvenidas a Uruguay.

Uruguay fue diferente, nos lo dio todo sin pedirnos nada a cambio. Vivimos los días, las noches, las horas, los minutos y los segundos, que se pasaron casi sin darnos cuenta. Todo resultó ser una perfección espontánea e improvisada de atardeceres idílicos, conversaciones alrededor de un mate, música a la orilla del mar y derroche de medio y medio por doquier. Por si fuera poco, cada sitio me hizo un regalo especial: Colonia de Sacramento, su alfajor de maicena; Montevideo, la puesta de sol en Virgilio; Punta del Este, las noches cumberas y el clericó; Punta del Diablo, su soñado equilibrio espiritual; La Paloma, la playa de la Pedrera y las cabañas Andresito.


No me equivocaba cuando pensé que en Uruguay me esperaba lo mejor del viaje: los amigos. Lo lindo es imborrable e irrepetible porque nunca desaparece de la mente y del corazón de quien lo vive. Enamorarse de un momento y un lugar es fácil. Lo difícil es dejarlo atrás, por eso vivimos de recuerdos.