25/7/11

Tormentoso pero envolvente

Si tuviese que elegir un lugar en el que se dieran las condiciones perfectas para el pasado fin de semana, ese sería Luxemburgo: cielos encapotados, extensas llanuras ricas en cereales, bosques frondosos de pinos inmensos, granjas y en esencia, pura ruralidad, es decir, todo lo contrario a lo que se supone que es el país más rico del mundo.


 No tenía ni idea de lo que iba a encontrarme, llevaba toda la semana haciendo oídos sordos a todos los comentarios, no demasiado alentadores, sobre Luxemburgo. Se criticaba su calma y languidez extenuante. Yo sin embargo, preferí construir mi propia opinión basándome en lo idílico de esa extenuación que tanto abrumaba a los demás y en cambio, a mí me hacía soñar.




No soy capaz de reproducir lo bucólico de esas carreteras entre maíz y trigo, a veces sendas sin horizonte que llegaban a pueblos insospechados e incluso a alguna casa perdida en medio la nada.

Perdernos y la nada era el sueño entre los muchos verdes y amarillos. Entre tanto, solo algunos testigos celosos de su intimidad para quienes éramos intrusos.


Lo conocimos tormentoso pero envolvente.