23/2/10

Crónicas de Pushân: Mallorca

Una noche se les antojó acostarse y disfrazar los sueños para despertarse en un lugar cualquiera. Ejerciendo como pintores de sueños, de la paleta eligieron los tonos tierra, algunos verdes y el azul turquesa. Comenzaron trazando líneas suaves, a la vez sugerentes, y acabaron definiendo contornos. El lienzo se les quedaba pequeño pero insistieron en viajar a través de sus dibujos.

Nada más allá de unos cuantos tintes mediterráneos. Flanqueada por el mar en todas sus esquinas, revestida de verde con manojos de margaritas enraizadas en tierra firme y esculpida de piedra en seco: ese fue el retrato de la isla.

Sin embargo, el espectáculo llevado a su máxima expresión adquirió tonalidades blancas y rosas cuando plasmaron las flores de los almendros en las veredas soleadas de Ses Salines; también grises y nostálgicas cuando algún que otro molino de aspas prominentes desviaba la fuerza de la lluvia camino a Es Trenc; y por último, tonalidades vistosas y excitantes próximas a coronar la Sierra de la Tramuntana hacia ambas vertientes.

¿Y dónde detenerse: en los trazos que definían las siluetas ocres de Santanyí, Deià o Fornalutx; en la orilla rocosa de Cala Figuera; en la campiña rural que cruza Es Pla camino al norte; o en las curvas sinuosas de Sa Calobra?

Preciosa Mallorca en cualquiera de los rincones del lienzo pero sobre todo, donde los pintores de sueños dibujaron unas contraventanas verdes a través de las cuáles se coló una brisa matutina y el sonido del agua pululando entre sábanas blancas. Ese fue el lugar del despertar de febrero.

9/2/10

Crónicas de Pushân: Bruselas

¿Cómo hacer de un fin de semana la escapada perfecta?
El secreto siempre está en las pequeñas cosas.

Un recorrido por la rue Wiertz no me hizo sentir más europea pero sí me ayudó a conocer un poco más los entresijos que estructuran la llamada Unión Europea y darme cuenta de que que hasta los edificios que levantan el Parlamento: Spinelli y Spaak están colocados a la izquierda y a la derecha respectiva y deliberadamente (aunque... según desde qué orientación se miren). El caso es que, tanto para los que creen en una Europa unida como para los que no, Bruselas ha crecido como sede del embrollo geográfico y político europeo desde los años sesenta.

Sin embargo, más allá de esta pretensión europeísta, la ciudad tiene encanto por sí sola y a pesar de ese cielo casi siempre encapotado, a veces también se puede pactar con el sol.

La espectacularidad de la Grande Place y su entorno no ensombrece el resto de barrios que he conocido y de los que sencillamente he disfrutado en excelente compañía. Y sí... sucedió: me he prendado de su Bruselas particular en la rue Charles Martel y he experimentado la ciudad durante tres días sintiéndola como si fuera parte de una rutina diaria y viviéndola fuera de la perspectiva del turista convencional.

Todo para sorprenderme: el restaurante Belgan Queen, su comida y ¡sus "toilettes"!; un recorrido muy europeo; unos cuantos rayos de sol junto al Café Belga en Flagey; los 100 g de queso en el Quentin de Chatelet; el sonido de "Carrie" en mitad de un sueño; un paseo dominical por las antigüedades del Sablon; una vuelta al mundo en los sorbos de un té en el "Cercle des Voyageurs"; y una taza bruselense... una pieza única.

A punto de dejar Bruselas y mientras decenas de personas se apelotonan delante del famoso Manneken Pis, a mí, después de todo lo demás, me pasa desapercibido.

1/2/10

Paren el mundo, que me quiero bajar

En un mundo en el que la política ya no son ideas sino personas;
en el que apuntar al poder es el blanco perfecto;
en el que nadie para un rato y mira más allá de sí mismo;
en el que todos somos solidarios sin serlo;
en el que los artículos de lujo son el aire y el silencio;
en el que las personas cada vez importan menos;
en el que las empresas más exitosas son las que más envenenan;
en el que a los niños se les roba su infancia;
en el que los países que más custodian la paz son los que más armas venden…
En un mundo así… caminar es un peligro y respirar una hazaña.

Como dice Galeano en, probablemente, su mejor obra de Antropología Política:
Este modelo de vida que se nos ofrece como gran orgasmo de la vida, estos delirios del consumo que dicen ser la contraseña de la felicidad, nos están enfermando el cuerpo, nos están envenenando el alma y nos están dejando sin casa, aquella casa que el mundo quiso ser cuando todavía no era.
Aunque estamos mal hechos, no estamos terminados, y es la aventura de cambiar y de cambiarnos la que hace que valga la pena este parpadeo en la historia del universo, este fugaz calorcito entre dos hielos, que nosotros somos.”
(“Patas arriba, la escuela del mundo al revés”, Eduardo Galeano)