¿Cómo hacer de un fin de semana la escapada perfecta?
El secreto siempre está en las pequeñas cosas.
Un recorrido por la rue Wiertz no me hizo sentir más europea pero sí me ayudó a conocer un poco más los entresijos que estructuran la llamada Unión Europea y darme cuenta de que que hasta los edificios que levantan el Parlamento: Spinelli y Spaak están colocados a la izquierda y a la derecha respectiva y deliberadamente (aunque... según desde qué orientación se miren). El caso es que, tanto para los que creen en una Europa unida como para los que no, Bruselas ha crecido como sede del embrollo geográfico y político europeo desde los años sesenta.
Sin embargo, más allá de esta pretensión europeísta, la ciudad tiene encanto por sí sola y a pesar de ese cielo casi siempre encapotado, a veces también se puede pactar con el sol.
La espectacularidad de la Grande Place y su entorno no ensombrece el resto de barrios que he conocido y de los que sencillamente he disfrutado en excelente compañía. Y sí... sucedió: me he prendado de su Bruselas particular en la rue Charles Martel y he experimentado la ciudad durante tres días sintiéndola como si fuera parte de una rutina diaria y viviéndola fuera de la perspectiva del turista convencional.
Todo para sorprenderme: el restaurante Belgan Queen, su comida y ¡sus "toilettes"!; un recorrido muy europeo; unos cuantos rayos de sol junto al Café Belga en Flagey; los 100 g de queso en el Quentin de Chatelet; el sonido de "Carrie" en mitad de un sueño; un paseo dominical por las antigüedades del Sablon; una vuelta al mundo en los sorbos de un té en el "Cercle des Voyageurs"; y una taza bruselense... una pieza única.
A punto de dejar Bruselas y mientras decenas de personas se apelotonan delante del famoso Manneken Pis, a mí, después de todo lo demás, me pasa desapercibido.