15/3/10

Nosotras

Mientras viajaba en bus, la vista se me perdió en el horizonte del tiempo.

El número siempre ha sido tres: estaba la de mechas color avellana, la rebelde sin causa; la rubia de ojos achinados, la que callaba palabras feas y comenzaba a contagiarse de las travesuras de la adolescencia; y por último estaba la tercera en discordia, la morena de ojos verdes que se medía todos los días la melena a la altura de la espalda para que le dijésemos cuántos centímetros le había crecido. Esas éramos nosotras: una C, una M y una P.
Por aquel entonces las horas lectivas se pasaban entre risas, chismes e historias contadas en hojas cuadriculadas que danzaban de pupitre en pupitre. Cuando hablar en clase no era posible, la complicidad se volvía recíproca en el papel. Lo importante a esa edad era enterarse de lo que había pasado en la sala de juegos el viernes por la tarde; desgañitarse los domingos en los partidos del Narcea; quedar en las almenas con el chico que te gustaba; y pelear por que nos dejaran llegar a casa una hora más tarde el sábado por la noche.
Hoy, la C, la M y la P de aquellos divertidos diálogos escritos comparten historias en cuadrículas cibernéticas pero, cada vez que se juntan, siguen tejiendo una bufanda que da infinitas vueltas al cuello sin dejar de abrigar.