29/9/11

Scones

A veces surgen imprevistos y una no se puede dedicar a lo que más le gusta pero eso no significa que lo olvide o que no lo eche de menos.


Ha sido un intervalo corto y aún así a los árboles que veo tras la ventana les ha dado tiempo a cambiar de estación. Son maravillosos en cualquier época y, en esta ocasión, rozar ya el amarillo de ninguna forma los desluce. El otoño inspira en todos los sentidos, por eso necesito que llegue. El relax de las vacaciones siempre me deja un poco vacía de sensaciones y recuperarlas es tan difícil como cazar mariposas.

Vuelven las semanas en que preparo una nueva receta para el desayuno y hoy los "scones" y la mermelada de moras han llenado mi tarro de las tentaciones.


s c o n e s   t r a d i c i o n a l e s

- 450 g de harina sin gluten
- 115 g de mantequilla
- 55 g de azúcar blanquilla
- 1 cucharadita de levadura
- 1/2 cucharadita de sal
- 200 ml de leche

1. En un bol grande tamizar la harina, añadir la sal y la levadura y la mantequilla muy fría en cubos.
2. Comenzar a mezclar con los dedos.
3. Incorporar el azúcar y poco a poco la leche mientras se sigue mezclando con las manos y hasta formar una masa homogénea.
4. Mientras el horno se va calentando a 180º, ir dando forma a los scones con un cortador de galletas del tamaño deseado.
5. Colocar los scones en la bandeja del horno, pintar la superficie con leche y hornear durante 15 minutos aproximadamente.
6. Una vez fríos servir con mantequilla y mermelada o con mascarpone o nata montada y mermelada.

13/9/11

De azul, verde y blanco

Mucho azul cristalino navegando entre piedra blanca. Baños salados, transparentes y celestes.


Mucho verde recorriendo bosques frondosos en parques naturales. Pic-nics tranquilos, naturales y caseros.


Sobra decir entonces, que nuestro último punto de retiro balcánico fue Croacia.


Hermoso pero menos especial que el resto. Sus virtudes son tan innegables que los turistas se cuentan por millones y se miden por avalanchas y caravanas de tráfico en la carretera. Es inevitable visitar núcleos como Dubrovnik, Trogir, Hvar o Split pero lo que se consigue es que el descanso ya no sea tanto descanso. Huyendo de todo y de todos, centrarse en los mercados locales fue una opción.


En nuestra búsqueda de ansiada tranquilidad la idea fue atravesar el Adriático hacia una isla pacífica. No sé si nuestra insistencia valió la pena pero con todos los bártulos en mano, un sombrero en la cabeza y 30º de calor por la noche, desembarcamos en Brac, una isla algo menos frecuentada que otras. Allí elegimos Bol, un pueblecito pesquero al que nos retiramos con el objetivo de que "nuestra mayor preocupación del día fuera pensar dónde íbamos a cenar por la noche". Y así fue.

Con esta imagen me despido del verano, asimilo por fin el regreso y me centro en las historias que ocurrirán de ahora en adelante, que seguro serán muchas y muy importantes.

Con esta fruta de temporada, abro paso al otoño en Bruselas y a nuevas recetas en mi cocina.



8/9/11

El tunel de la esperanza

Entre la tristeza pasada y el optimismo futuro, la de hoy es una expresión de consternación, de opiniones encerradas en los muros y de sentimientos ocultos. El tumultuoso barullo de la vida en sus calles, lejos de ser frívolo, provoca compasión y alivio por lo que ha sido y ya no es. De todo aquello solo permanece visible un hilo de amargura que recorre algunas fachadas y el resto, imagino, serán debates entre un "no al olvido" y un "la vida continúa". Zdravo Sarajevo.
Bosnia es espiritual y valiente. Es como una vela encendida en una habitación oscura. Es esperanza y humildad.

Las religiones y sus fieles conviven en aparente armonía; su paisaje abrupto enmaraña las carreteras y confunde la orientación; los gestos hablan cuando las palabras fallan; los ríos corren paralelos a la rebelde senda de los desfiladeros; los campos de flores adornan el decorado de las aldeas de camino a Mostar; y el único resquicio costero, usurpado a Croacia, está reservado únicamente a la localidad de Neum, por eso los bosnios son más de montaña que de mar.


Bosnia me ha llegado al alma, pues mi generación creció con las noticias del horror durante aquellos cuatro largos años. Lo recuerdo perfectamente. Y también recuerdo la historia de Zlata Filipovic, aquella niña que intentó emular a Ana Frank para hablarme de miedo y esperanza en su diario, mi libro preferido camino a la adolescencia. Las guerras siempre han sido injustas e innecesarias y han estado lejos de lo que predican todos los discursos políticos "hacia un mundo mejor". El sentido de humanidad se desvirtúa de un plumazo y el derecho o la libertad de elegir ya no existe, hay otros intereses encubiertos. Al final, la guerra es un trueque indignante, insensato, inmoral y, sobre todo, insensible y cruel.

 El final feliz para aquellos que, como Bosnia, han vivido una guerra, solo está en poder ver la esperanza al final del tunel. Fuera espera la luz pero también la libertad.


No me voy sin antes dejaros un trocito de bizcocho para la merienda de mi crónica de hoy.

6/9/11

Adictivo e irresistible

Creo recordar que nunca antes me había puesto a pensar en viajar a Montenegro, ni siquiera me había puesto a pensar en Montenegro: una lástima.


Nada más cruzar la frontera no hay que ser muy sabio para darse cuenta de que Montenegro ha jugado sus mejores cartas en la pugna balcánica y que ha ganado. Ha ganado un  territorio muy valioso, el pequeño tesoro de la antigua Yugoslavia.


Una vez allí, yo me acerqué a la orilla, me metí en el agua que baña la bahía de Kotor y miré hacia arriba. Desde ese momento me quedé colgada de aquel paisaje porque la cabeza se enganchó a la roca mientras los ojos intentaban encontrar el cielo. No he estado en ningún lugar en el que el mar bañe las orillas de montañas tan majestuosas y de un tamaño tal.


No hay mucho más que contar, pues las imágenes lo dicen todo. Dicen que aquellos fueron días de relax, de desayunos frente al mar, lecturas a destajo, baños tempraneros, paseos sosegados y, al fin y al cabo, de algo necesario: de itinerario interrumpido. 

Esta semana meriendo con Montenegro y con chocolate porque ambos son adictivos e irresistibles.

               (Receta: La Tartine Gourmande)

1/9/11

Puede que sea... magia

Puede que ella sea diferente, que no sea estéticamente fotografiable, que todos los que vamos tengamos prejuicios (fundados e infundados). Puede que su historia sea demasiado reciente y su carácter cruel pero, solo estando allí, cada uno saca sus propias conclusiones. Como dice Momo Kapor en su libro, "Belgrado es Belgrado".


Al final algo te atrapa, sí. Puede ser el interés que despierta cuando la caminas y no la comprendes porque el cirílico se te atraganta o porque detrás de algunos rostros encuentras desconfianza y misterio. Puede ser que su arquitectura sea absurdamente caótica pero con carácter o que la entrada por el norte del país signifique rodar hacia un horizonte de edificios embrollados de encanto casual y saludo oscuro y gris.

Sin embargo, poner un pie en la peatonal Knez Mihailova supone abrirse paso a la modernidad más absoluta y al ambiente de la sociedad serbia que se deja mecer por la música tradicional.


  Al final de la calle, el foco que capta todas las miradas al Danubio es la Ciudadela de Kalemegdan. Sentarse a leer a la sombra de un arbol con vistas al río es como haber conseguido el mejor reservado de la ciudad para disfrutar de una tarde calurosa de verano.

El Danubio es un río que hace a Belgrado especial, como casi todas las ciudades por las que pasan ríos. La hace tener otro aliciente y es el lugar perfecto para que sus habitantes encuentren su refugio estival.

Unos se construyen tranquilas casitas a lo largo de una de las orillas, disfrutan del sol, del verano y de parrillas entre amigos.


Otros prefieren acercarse a la orilla para aposentar su caña, su cubo y demás enseres y esperar a que algo pique antes de que se ponga el sol.



Puede que después de todo ésto, me crea entonces que hay magia. Sale de algún lado.



Y como todas mis crónicas, ésta termina con otro café de tarde y un pastel de arroz e higos. Las meriendas es de las buenas costumbres que no deberían perderse, sobre todo cuando se hace con buenos recuerdos, pasados o recientes.