25/7/11

Tormentoso pero envolvente

Si tuviese que elegir un lugar en el que se dieran las condiciones perfectas para el pasado fin de semana, ese sería Luxemburgo: cielos encapotados, extensas llanuras ricas en cereales, bosques frondosos de pinos inmensos, granjas y en esencia, pura ruralidad, es decir, todo lo contrario a lo que se supone que es el país más rico del mundo.


 No tenía ni idea de lo que iba a encontrarme, llevaba toda la semana haciendo oídos sordos a todos los comentarios, no demasiado alentadores, sobre Luxemburgo. Se criticaba su calma y languidez extenuante. Yo sin embargo, preferí construir mi propia opinión basándome en lo idílico de esa extenuación que tanto abrumaba a los demás y en cambio, a mí me hacía soñar.




No soy capaz de reproducir lo bucólico de esas carreteras entre maíz y trigo, a veces sendas sin horizonte que llegaban a pueblos insospechados e incluso a alguna casa perdida en medio la nada.

Perdernos y la nada era el sueño entre los muchos verdes y amarillos. Entre tanto, solo algunos testigos celosos de su intimidad para quienes éramos intrusos.


Lo conocimos tormentoso pero envolvente.

21/7/11

Al mal tiempo, buena cara

Semáforo en rojo y lluvia a raudales. Esta es la estampa irremediable de nuestra calle en plena mitad del mes de julio. El cielo vierte agua como si no hubiese regado en siglos.


Tras los cristales hay una bandeja de grosellas. Cada vez que veo grosellas en el mercado siento necesidad de comprarlas y hacer mermelada, pero nunca sería tan buena como la de mi madre; también siento necesidad de no comprarlas e ir a cogerlas de su propia rama, pero no sería tan especial como cuando lo hacía con mi abuela en casa. Por todas esas razones pero sin un fin concreto... han caído en mi cesto.


Un coulis de grosella para convertir un simple yogur en otro de gran aporte energético que combinase el toque ácido de la grosella, la dulzura de la vainilla y algunos tropezones de frutos secos y semillas de lino.


Un coulis de grosella que acompañase el interior de unas magdalenas de coco y copos de arroz y que han sido una variación de esta receta base con la sustitución de la mitad de la cantidad de nata por un yogur de coco, de los arándanos por las grosellas y la utilización de azúcar cassonade (pura de caña) que le da un toque especial y magnífico.

Hemos huído de la oscuridad del día y de las calles desiertas; del semáforo en rojo que interrumpe nuestro verano; y del agua gris que moja nuestros pies. Nos hemos escapado a Holanda y Maastricht ha sido nuestro incentivo del día: un lugar bonito y tranquilo, comercial y animado, donde he disfrutado de unas glutenvrij stroopwafels que me han sabido a gloria. Gloria es lo que buscaba hoy y al final no fue tan difícil de encontrar.

17/7/11

Los domingos me gustan, no me gustan, me gustan, no me gustan... me gustan

Olemos las vacaciones pero parece que aún no llegan. La lluvia nos visita demasiado últimamente y el frío parece que se adueña de una ciudad de bruxellois huidizos.

Esta tarde de antidomingo estival que nos engañaba poniéndonos buena cara y quitándonosla cada vez que nos dábamos la vuelta, ha sido de cocina tranquila de disfrute personal.


Mi odio a los domingos es público y conocido pero a veces ni yo misma me lo creo. Me cuesta darle la razón a la pasividad del domingo y reconocer que es cuando hago cosas que verdaderamente me gustan con tiempo y sin prisas. Los días de la semana son demasiado frenéticos, encontrar un minuto libre me aburre y me desgasta más que el hecho de no parar. Parar es apagar mi luz y mi sonrisa, lo cuál me disgusta a mí y a los demás.

Pues a veces los domingos no son tan malos, no. Tienen resultados como éste y compensan, claro que compensan. Son creativos y muy de mayo del 68 francés con su "imagination au pouvoir". Ahora que lo pienso, de los domingos también han salido cosas buenas. Y resulta que al fin y al cabo... me gustan los domingos

m a z a p a n e s   c r u j i e n t e s   d e   a l m e n d r a   y   f r u t o s   d e l   b o s q u e

- 125 g de mantequilla reblandecida
- 50 g de azúcar fino de caña
- 125 g de harina sin gluten
- pasta de almendras (mezcla de 25 g de mantequilla derretida y 50 g de almendra molida y 10 g de azúcar fina mezclada con una cucharadita de canela)
- mermelada de frutos del bosque
- azúcar glace para espolvorear
- grosellas para decorar

1. Precalentar el horno a 190 g y engrasar una bandeja de moldes para magdalenas.
2. Mezclar la mantequilla, el azúcar y la pasta de almendras hasta blanquear.
3. Incorporar la harina tamizada poco a poco sin dejar de mezclar.
4. Introducir la masa en una manga pastelera y rellenar los moldes dejando un orificio en el medio.
5. Hornear durante 20 minutos hasta que se dore su superficie. Dejar que se enfríen sobre una rejilla.
6. Una vez fríos, espolvorear con azúcar glace, cubrir el hueco central de cada pastelito con mermelada de frutos del bosque y rematar decorando con las grosellas.