31/5/09
Lo simple y lo maravilloso de vivir
"Las buenas historias casi nunca se inventan: estaban delante de los ojos y solo hacía falta mirar con la atención necesaria para encontrarlas, hallarse predispuesto, curioso por descubrirlas"
18/5/09
Diarios de alcoba
Lejos de Laciana, ojos que no ven corazón que no siente; cerca, los anhelos, los recuerdos y el dolor. Como siempre que vuelvo, me acerco a susurrarte y una vez más el susurro se convierte en lamento. No, así no es la vida. No tengo por qué acostumbrarme a no verte más.
Después de dos años, ha llegado la hora de entrar de nuevo a casa. Las escaleras se hacen demasiado cuesta arriba y nunca mejor dicho. Me resisto a creer que el último peldaño me conduce a una casa vacía. El mismo olor de siempre y todo en su sitio.
En la oscuridad, la cocina. No soporto este silencio ni esta soledad. Prefiero subir la persiana, asomarme a la ventana y ver la misma calle, comprobar que todo sigue como siempre, darme la vuelta y verme llegar otra mañana de domingo a visitaros. Me alegra encontrarte en el mismo lugar, junto a la encimera preparando caldo de arroz, filetes con patatas y buñuelos, esperándome con el currusco de pan en la mesa. Bajo la persiana y ya no lo veo.
En la oscuridad, la habitación. Subo la persiana, ha caído la noche. Me doy la vuelta y me veo contigo en la cama llorando de risa hasta las tres de la madrugada después de haber escuchado por décima vez las mismas historias de cuando eras pequeña y después de haber cantado una y mil veces las canciones de siempre, esas que una día escribimos para no olvidar nunca. Bajo la persiana y ya no lo veo.
Antes no tenía que subir la persiana porque siempre estaba subida. Hoy está bajada y prefiero no venir, irme a otro lugar lejos y allí, en la distancia, seguir pensando que la luz traspasa los cristales de la ventana y que el próximo domingo volveré a verte y estarás.
Después de dos años, ha llegado la hora de entrar de nuevo a casa. Las escaleras se hacen demasiado cuesta arriba y nunca mejor dicho. Me resisto a creer que el último peldaño me conduce a una casa vacía. El mismo olor de siempre y todo en su sitio.
En la oscuridad, la cocina. No soporto este silencio ni esta soledad. Prefiero subir la persiana, asomarme a la ventana y ver la misma calle, comprobar que todo sigue como siempre, darme la vuelta y verme llegar otra mañana de domingo a visitaros. Me alegra encontrarte en el mismo lugar, junto a la encimera preparando caldo de arroz, filetes con patatas y buñuelos, esperándome con el currusco de pan en la mesa. Bajo la persiana y ya no lo veo.
En la oscuridad, la habitación. Subo la persiana, ha caído la noche. Me doy la vuelta y me veo contigo en la cama llorando de risa hasta las tres de la madrugada después de haber escuchado por décima vez las mismas historias de cuando eras pequeña y después de haber cantado una y mil veces las canciones de siempre, esas que una día escribimos para no olvidar nunca. Bajo la persiana y ya no lo veo.
Antes no tenía que subir la persiana porque siempre estaba subida. Hoy está bajada y prefiero no venir, irme a otro lugar lejos y allí, en la distancia, seguir pensando que la luz traspasa los cristales de la ventana y que el próximo domingo volveré a verte y estarás.
11/5/09
Crónicas de Pushân: Argentina y Uruguay
“Hemos cruzado el océano”. Es justamente en ese momento en el que sí o sí nos dimos cuenta de la realidad de nuestro viaje, ese que llevábamos planeando desde hacía algunos años pero que se quedaba más en un álgido deseo, por las circunstancias en que queríamos que se diese, que en un sueño fácil de cumplir. Sin embargo, y como en todo, han tenido que intervenir la decisión, la ilusión y, sobre todo, el espíritu y la voluntad para hacerlo posible. También la coincidencia.
Nos fuimos solas pero acompañadas. Siempre se ha tratado de un viaje de dos + todos los que deberían de estar y, afortunadamente, estuvieron. Allí nos esperaron, allí nos reencontramos y allí ha sucedido todo lo irrepetible de este viaje: amalgama de sentimientos , de risas sinsentido y de un lenguaje de complicidad que estrechó aún más los lazos entre nosotros.
Deseosas de descubrir, pues, las tierras gauchas de nuestros amigos, y con todas las personas, que también nos gustaría que hubiesen estado y no estuvieron, recorrimos Buenos Aires y gran parte de Uruguay en un viaje de tres semanas realmente intensas pero obviamente cortas.
Aterrizamos en la capital porteña justo un día antes de la entrada del otoño, aunque la sensación térmica era más bien la de un Madrid en pleno julio. Entre el calor húmedo, el ataque de los mosquitos y las caminatas interminables, nuestros pies se deformaron, nuestro pelo requirió un completo tratamiento anti-frizzing y nuestros músculos, cantidades ingentes de azúcar que no tuvimos problema en paliar con un dulce dulcísimo, el dulce de leche.
Desde el primer día nos enseñaron que el argentino nace, vive y muere en crisis y que, en el caso de las mujeres, hay tres cosas que una argentina no deja de hacer nunca aunque no tenga dinero: ir a la peluquería, salir a tomar café con sus amigas y comer carne.
Con estas premisas, nuestra idea fue empaparnos al máximo de la rutina porteña y sentirla como una urbe con personalidad cosmopolita y pasmosamente dinámica en vez de asumirla como una ciudad que aún vive en la desesperación de la crisis. Así, conocimos una Buenos Aires próxima al estereotipo de capital europea, por eso nuestra percepción fue un “más de lo mismo”.
Nos dejamos caer por “Caminito” y San Telmo, escenarios fugaces de espectáculos artificiales que exaltan la cultura tanguera donde todo o casi todo está medido; Puerto Madero: zona en pleno apogeo, camino de convertirse en la sofisticación personificada con sus calles adoquinadas, sus almacenes portuarios restaurados y reconvertidos en lujosos lofts, oficinas y restaurantes y un gran número de rascacielos en fase de construcción; el Microcentro: el paraíso del caos donde la educación vial parece no existir; y por último, Palermo que ha sido la sorpresa estelar, el lugar más y menos convencional, la zona de moda que atesora restaurantes, cafés y tiendas de estilo único que, unidos al ambiente que acogen lugares particulares como la Plaza Serrano o Las Cañitas, hacen de este barrio uno de los más afamados de la capital. Y es precisamente aquí donde decidimos decir adiós a Buenos Aires para que nos dijesen: Bienvenidas a Uruguay.
Uruguay fue diferente, nos lo dio todo sin pedirnos nada a cambio. Vivimos los días, las noches, las horas, los minutos y los segundos, que se pasaron casi sin darnos cuenta. Todo resultó ser una perfección espontánea e improvisada de atardeceres idílicos, conversaciones alrededor de un mate, música a la orilla del mar y derroche de medio y medio por doquier. Por si fuera poco, cada sitio me hizo un regalo especial: Colonia de Sacramento, su alfajor de maicena; Montevideo, la puesta de sol en Virgilio; Punta del Este, las noches cumberas y el clericó; Punta del Diablo, su soñado equilibrio espiritual; La Paloma, la playa de la Pedrera y las cabañas Andresito.
No me equivocaba cuando pensé que en Uruguay me esperaba lo mejor del viaje: los amigos. Lo lindo es imborrable e irrepetible porque nunca desaparece de la mente y del corazón de quien lo vive. Enamorarse de un momento y un lugar es fácil. Lo difícil es dejarlo atrás, por eso vivimos de recuerdos.
Nos fuimos solas pero acompañadas. Siempre se ha tratado de un viaje de dos + todos los que deberían de estar y, afortunadamente, estuvieron. Allí nos esperaron, allí nos reencontramos y allí ha sucedido todo lo irrepetible de este viaje: amalgama de sentimientos , de risas sinsentido y de un lenguaje de complicidad que estrechó aún más los lazos entre nosotros.
Deseosas de descubrir, pues, las tierras gauchas de nuestros amigos, y con todas las personas, que también nos gustaría que hubiesen estado y no estuvieron, recorrimos Buenos Aires y gran parte de Uruguay en un viaje de tres semanas realmente intensas pero obviamente cortas.
Aterrizamos en la capital porteña justo un día antes de la entrada del otoño, aunque la sensación térmica era más bien la de un Madrid en pleno julio. Entre el calor húmedo, el ataque de los mosquitos y las caminatas interminables, nuestros pies se deformaron, nuestro pelo requirió un completo tratamiento anti-frizzing y nuestros músculos, cantidades ingentes de azúcar que no tuvimos problema en paliar con un dulce dulcísimo, el dulce de leche.
Desde el primer día nos enseñaron que el argentino nace, vive y muere en crisis y que, en el caso de las mujeres, hay tres cosas que una argentina no deja de hacer nunca aunque no tenga dinero: ir a la peluquería, salir a tomar café con sus amigas y comer carne.
Con estas premisas, nuestra idea fue empaparnos al máximo de la rutina porteña y sentirla como una urbe con personalidad cosmopolita y pasmosamente dinámica en vez de asumirla como una ciudad que aún vive en la desesperación de la crisis. Así, conocimos una Buenos Aires próxima al estereotipo de capital europea, por eso nuestra percepción fue un “más de lo mismo”.
Nos dejamos caer por “Caminito” y San Telmo, escenarios fugaces de espectáculos artificiales que exaltan la cultura tanguera donde todo o casi todo está medido; Puerto Madero: zona en pleno apogeo, camino de convertirse en la sofisticación personificada con sus calles adoquinadas, sus almacenes portuarios restaurados y reconvertidos en lujosos lofts, oficinas y restaurantes y un gran número de rascacielos en fase de construcción; el Microcentro: el paraíso del caos donde la educación vial parece no existir; y por último, Palermo que ha sido la sorpresa estelar, el lugar más y menos convencional, la zona de moda que atesora restaurantes, cafés y tiendas de estilo único que, unidos al ambiente que acogen lugares particulares como la Plaza Serrano o Las Cañitas, hacen de este barrio uno de los más afamados de la capital. Y es precisamente aquí donde decidimos decir adiós a Buenos Aires para que nos dijesen: Bienvenidas a Uruguay.
Uruguay fue diferente, nos lo dio todo sin pedirnos nada a cambio. Vivimos los días, las noches, las horas, los minutos y los segundos, que se pasaron casi sin darnos cuenta. Todo resultó ser una perfección espontánea e improvisada de atardeceres idílicos, conversaciones alrededor de un mate, música a la orilla del mar y derroche de medio y medio por doquier. Por si fuera poco, cada sitio me hizo un regalo especial: Colonia de Sacramento, su alfajor de maicena; Montevideo, la puesta de sol en Virgilio; Punta del Este, las noches cumberas y el clericó; Punta del Diablo, su soñado equilibrio espiritual; La Paloma, la playa de la Pedrera y las cabañas Andresito.
No me equivocaba cuando pensé que en Uruguay me esperaba lo mejor del viaje: los amigos. Lo lindo es imborrable e irrepetible porque nunca desaparece de la mente y del corazón de quien lo vive. Enamorarse de un momento y un lugar es fácil. Lo difícil es dejarlo atrás, por eso vivimos de recuerdos.
4/5/09
Celiacos famosos
Creo que nunca hasta ahora me había sentido protagonista de todas las historias de un libro a la vez, como tampoco nunca hasta ahora me había sentido autora de una historia contada en un libro. Se titula: “Celiacos famosos”. Mi testimonio junto al de 15 personas más. Vidas paralelas, personas muy diferentes y una historia común.
En términos numéricos se refieren a nosotros como: uno de cada cien; en términos gastronómicos somos: los “sin gluten”; en términos patológicos nos llaman: celíacos; y para aquellos que aún no se han enterado, lo simplificaremos en: personas con intolerancia al gluten. Pero eso no es una etiqueta ni nos diferencia, no nos hace peores ni mejores; conformistas o inconformistas; privilegiados o discriminados sino que nos une como gente que hemos sufrido los síntomas de lo desconocido y, gracias a un afortunado diagnóstico y a un mágico tratamiento, hemos renacido como los verdaderos seres tras los cuáles estábamos escondidos.
Solo las personas que lo hemos experimentado o las que, por alguna u otra razón, les ha tocado vivirlo de cerca, sabemos a lo que me refiero. En nuestro caso, el pasado es traumático, el presente felicidad y el paso de lo uno a lo otro es precisamente lo conmovedor de nuestra historia. Las miradas tristes, carácter huraño y corazón infeliz sin aparente justificación pero ajenos a nuestra voluntad, se rebelan para desahogar la apatía y el dolor, para gritar al mundo que se han despertado de su letargo y ya no sufren en silencio, sino que se han curado, el futuro les sonríe y la vida se vuelve sencillamente maravillosa. Para todos aquellos que no la conocéis: esa es la auténtica magia de la dieta sin gluten.
Alguien me dijo una vez que había algo dentro de mí que no me dejaba ser yo, ni ser feliz y que sólo si rompía con ello conseguiría comerme el mundo con la fuerza suficiente para salvar obstáculos y conquistar metas. En aquel momento hice oídos sordos a su observación y hoy, consciente de toda mi historia como celíaca, pienso que fue la única persona que logró asomarse a mi interior y predecir con exactitud lo que me estaba comiendo por dentro.
De la primera página a la última, son historias que conmueven y que, si te interesa o te afecta directa o indirectamente, merece la pena que te acerques a conocernos. Aunque se ha avanzado mucho, todavía somos los eternos desconocidos y queda mucho por hacer para mejorar nuestra calidad de vida. Ofrécenos algo sabroso, cerciórate de que no tiene gluten y te aseguro que la sonrisa que se nos dibujará en la cara será de las más auténticas que hayas visto nunca.
A todos los autores que me han acompañado en esta aventura literaria; a todo el colectivo celíaco a los que representamos con nuestros testimonios; a la editorial “Lo que no existe” y a FACE (Federación de Asociaciones de Celíacos de España): GRACIAS POR DAR UN PASITO MÁS PARA CONSTRUIR UN FUTURO MEJOR PARA NOSOTROS.
En términos numéricos se refieren a nosotros como: uno de cada cien; en términos gastronómicos somos: los “sin gluten”; en términos patológicos nos llaman: celíacos; y para aquellos que aún no se han enterado, lo simplificaremos en: personas con intolerancia al gluten. Pero eso no es una etiqueta ni nos diferencia, no nos hace peores ni mejores; conformistas o inconformistas; privilegiados o discriminados sino que nos une como gente que hemos sufrido los síntomas de lo desconocido y, gracias a un afortunado diagnóstico y a un mágico tratamiento, hemos renacido como los verdaderos seres tras los cuáles estábamos escondidos.
Solo las personas que lo hemos experimentado o las que, por alguna u otra razón, les ha tocado vivirlo de cerca, sabemos a lo que me refiero. En nuestro caso, el pasado es traumático, el presente felicidad y el paso de lo uno a lo otro es precisamente lo conmovedor de nuestra historia. Las miradas tristes, carácter huraño y corazón infeliz sin aparente justificación pero ajenos a nuestra voluntad, se rebelan para desahogar la apatía y el dolor, para gritar al mundo que se han despertado de su letargo y ya no sufren en silencio, sino que se han curado, el futuro les sonríe y la vida se vuelve sencillamente maravillosa. Para todos aquellos que no la conocéis: esa es la auténtica magia de la dieta sin gluten.
Alguien me dijo una vez que había algo dentro de mí que no me dejaba ser yo, ni ser feliz y que sólo si rompía con ello conseguiría comerme el mundo con la fuerza suficiente para salvar obstáculos y conquistar metas. En aquel momento hice oídos sordos a su observación y hoy, consciente de toda mi historia como celíaca, pienso que fue la única persona que logró asomarse a mi interior y predecir con exactitud lo que me estaba comiendo por dentro.
De la primera página a la última, son historias que conmueven y que, si te interesa o te afecta directa o indirectamente, merece la pena que te acerques a conocernos. Aunque se ha avanzado mucho, todavía somos los eternos desconocidos y queda mucho por hacer para mejorar nuestra calidad de vida. Ofrécenos algo sabroso, cerciórate de que no tiene gluten y te aseguro que la sonrisa que se nos dibujará en la cara será de las más auténticas que hayas visto nunca.
A todos los autores que me han acompañado en esta aventura literaria; a todo el colectivo celíaco a los que representamos con nuestros testimonios; a la editorial “Lo que no existe” y a FACE (Federación de Asociaciones de Celíacos de España): GRACIAS POR DAR UN PASITO MÁS PARA CONSTRUIR UN FUTURO MEJOR PARA NOSOTROS.
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