Anunciarme que voy a recibir una sorpresa e ir descubriéndola poco a poco, al final tiene el éxito asegurado: uno, por la sorpresa en sí y dos, porque alguien lo ha pensado especialmente para mí.
El mes de abril en persona me secuestró el sábado para sorprenderme con un maravilloso jardín. Juntos cruzamos la frontera de Bélgica con Holanda para asistir a uno de esos espectáculos que hay que presenciar al menos una vez en la vida. El Blloembollenstreek, entre Leiden y Haarlem, es la zona de cultivo de esta idílica flor. El recorrido por los campos de tulipanes y el sosiego de las aldeas que los gozan es la mejor válvula de escape para alegrar el alma y empaparse de quietud.
No quisimos regresar sin un ramo de tulipanes rojos y en tan solo unas horas disfrutamos de nuestro propio jardín porque a la mañana siguiente, cuando miramos hacia la ventana, la casa parecía otra. Tal y como había leído, el jardín acabó reflejando nuestra energía, constancia y espíritu: los capullos ya eran flores.