1/9/11

Puede que sea... magia

Puede que ella sea diferente, que no sea estéticamente fotografiable, que todos los que vamos tengamos prejuicios (fundados e infundados). Puede que su historia sea demasiado reciente y su carácter cruel pero, solo estando allí, cada uno saca sus propias conclusiones. Como dice Momo Kapor en su libro, "Belgrado es Belgrado".


Al final algo te atrapa, sí. Puede ser el interés que despierta cuando la caminas y no la comprendes porque el cirílico se te atraganta o porque detrás de algunos rostros encuentras desconfianza y misterio. Puede ser que su arquitectura sea absurdamente caótica pero con carácter o que la entrada por el norte del país signifique rodar hacia un horizonte de edificios embrollados de encanto casual y saludo oscuro y gris.

Sin embargo, poner un pie en la peatonal Knez Mihailova supone abrirse paso a la modernidad más absoluta y al ambiente de la sociedad serbia que se deja mecer por la música tradicional.


  Al final de la calle, el foco que capta todas las miradas al Danubio es la Ciudadela de Kalemegdan. Sentarse a leer a la sombra de un arbol con vistas al río es como haber conseguido el mejor reservado de la ciudad para disfrutar de una tarde calurosa de verano.

El Danubio es un río que hace a Belgrado especial, como casi todas las ciudades por las que pasan ríos. La hace tener otro aliciente y es el lugar perfecto para que sus habitantes encuentren su refugio estival.

Unos se construyen tranquilas casitas a lo largo de una de las orillas, disfrutan del sol, del verano y de parrillas entre amigos.


Otros prefieren acercarse a la orilla para aposentar su caña, su cubo y demás enseres y esperar a que algo pique antes de que se ponga el sol.



Puede que después de todo ésto, me crea entonces que hay magia. Sale de algún lado.



Y como todas mis crónicas, ésta termina con otro café de tarde y un pastel de arroz e higos. Las meriendas es de las buenas costumbres que no deberían perderse, sobre todo cuando se hace con buenos recuerdos, pasados o recientes.