París no tiene condicionantes: o te gusta o te gusta, es decir, se deja querer.
Lo tiene todo para ser perfecta y no es un tópico, es lo típico. Sí, es perfecta para el amor que cruza los puentes del Sena con viento frío, el viento de diciembre que no es suave ni es brisa, pero congela la instantánea del momento.
Una más de varias visitas, hay veces en los que cada uno debería vivir París como inmerso en una película de la Belle Époque para regodearse con el ambiente de la arquitectura Art Déco, el urbanismo de los boulevards parisinos, sus cafés y cabarets, galerías de arte y la música de los salones frecuentados por una burguesía acaudalada que impregnaba lujo por doquier y cenaba en palcos bajo una cúpula salpicada de lluvia con vistas al Pont Neuf.
"Unos tacones se alzaban desde las escaleras de un hotel años 30. Una joven se resguardaba de la lluvia bajo un paraguas y luciendo un vestido blanquinegro al estilo de Coco Chanel. Se acercó un coche negro. Dentro, un hombre la esperaba".
A veces se puede soñar y otras, toca vivir.
Sin embargo, más allá de lo humano y lo divino, ahí está París con sus barrios de St. Germain des Près y Le Marais, desde siempre y aún más desde ahora, profundamente conocidos y adorados por mí.
"Charme" es un sonido precioso que se repite en cada esquina, de cada calle y de cada barrio. No importa si es una ventana, un café, un escaparate, un edificio, una cesta, unas flores, una mesa y unas sillas vacías. Todo vale, todo tiene "charme".
Y "le vrai charme" es el puro frío de nuevo, el lujo del paseo sin más que tan pronto se convierte en caminar bajo la lluvia como postrarse al sol en la silla fría de unos jardines, contemplar Notre-Dame o callejear por St. Sulpice.
Paris, "Ne me quitte pas".