No tenía ni idea de lo que iba a encontrarme, llevaba toda la semana haciendo oídos sordos a todos los comentarios, no demasiado alentadores, sobre Luxemburgo. Se criticaba su calma y languidez extenuante. Yo sin embargo, preferí construir mi propia opinión basándome en lo idílico de esa extenuación que tanto abrumaba a los demás y en cambio, a mí me hacía soñar.
No soy capaz de reproducir lo bucólico de esas carreteras entre maíz y trigo, a veces sendas sin horizonte que llegaban a pueblos insospechados e incluso a alguna casa perdida en medio la nada.
Perdernos y la nada era el sueño entre los muchos verdes y amarillos. Entre tanto, solo algunos testigos celosos de su intimidad para quienes éramos intrusos.
Lo conocimos tormentoso pero envolvente.