Ahora, que me han dejado sola y todos se han ido de vacaciones, las mías consisten en quedarme y aprovechar mis momentos de soledad para la inspiración. Me encanta escribir y encuentro en estos días a mis mejores aliados: el silencio, la paz interior, la luz del sol y la terraza rodeada de lilas y verde, verde por todas partes. Estos días me levanto y me da por cambiar la decoración de la casa, por dedicarme más a mí misma y dar un poco de culto al cuerpo... es decir, doy prioridad a todas esas cosas para las que en otras ocasiones no hay tanto tiempo. Tiempo... eso que siempre decimos que nos falta y en realidad no sabemos aprovechar.
Si echo la vista atrás, los últimos fines de semana de este mes han sido precisamente provechosos, es más, diría que ajetreados y a la vez tranquilos. Ha habido mar, parques, naturaleza, sol, villages, familia, amigos, picnic, museos, paseos, cenas, comidas, desayunos, bombones, tren, terraza, besos, abrazos y sonrisas.
Hemos estado en lugares fascinantes y digo fascinantes porque siempre me sorprendo de las maravillas que tenemos a la vuelta de la esquina y en las que a veces no reparamos. Sin embargo está bien así, el encanto de las cosas, de las personas y de los lugares es ir descubriéndolos poco a poco. Las prisas son inútiles, innecesarias y gratuitas. Y de esta justificación nacen los pequeños descubrimientos de este último mes. Tendría mucho que contar pero a veces una imagen vale más que mil palabras:
m e c h e l e n
k n o k k e
g o u d a
t e r v u r e n
De ellos aprovecho a escribir con mi taza de café ya vacía, después de un par de horas de recorrido mental y fotográfico. Escribo ahora, ahora que los recuerdos aún están maduros y no me pierdo ni el más mínimo detalle.
Cuando escribir es un impulso momentáneo no lo hay que dejar morir o de lo contrario, nunca volverá.