Hoy una revista de Cuba ha caído en mis manos por casualidad y, no por casualidad, se han despertado en mí las ganas de revivir aquel viaje, un viaje que surgió en la imaginación, muy lejos de todo lo posible y que, sin embargo, terminó siendo real y superando con creces mis expectativas.
Así, con la excusa de una conversación de una típica noche de sábado, llegamos a La Habana hace un año. Dos de la madrugada: todo estaba muy oscuro, apenas algunas bombillas lucían en el batiburrillo de calles de pavimento caótico. Comedido silencio, tremendo olor a carburante y humedad asfixiante. El taxi nos condujo a "Casa Lourdes", la que sería nuestra casa y familia durante unos días. En ese preciso instante y en mitad de las tinieblas, comienza un viaje de destellos inauditos, de amor a una tierra insólita, a una gente viva, talentosa y feliz.
La Habana crea adicción, te encadena obsesivamente a las mil historias que se van creando cada vez que te cruzas con alguien en la calle, que levantas la vista hacia los balcones, que te sientas en un bordillo a contemplar la Plaza Vieja, que te detienes a escuchar a una banda de música tocando en un café, que vas a comprar al mercado de la Calle Obispo, que bailas salsa, que te hacen un curso acelerado sobre cómo tocar los bongos y las claves en un portal de la Calle Mercaderes, que paseas por el Malecón esperando que una ola choque y te empape de la cabeza a los pies, que caminas la interminable Calle 23...
Cierro los ojos y aún es posible relamerme con decenas de frutas exóticas de un sabor pasmoso, imposible de encontrar en otro lugar que no sea Cuba. Todas formaban parte de los zumos naturales que Rigoberto y Lourdes se afanaban en preparar con tanto cariño cada mañana. Desayunos de ensueño en la galería de una casa que desde el primer momento ya sentimos como nuestra. Techos altos en un edificio art nouveau restaurado de los pocos que aún quedan en pie en la Habana Vieja. Habana Vieja, barrio impasible, multicolor, de compadreo, musical, histórico, savia de un árbol milenario y multiétnico.
Pasión por Cuba, la "Perla del Caribe", reliquia de un pasado mejor, tesoro impertérrito de un futuro incierto. Paso la última hoja de la revista y, antes de cerrarla, me prometo a mí misma que, sin duda, volveré.