Me ha hecho falta conocer Soria para recordar aquellos poemas de Machado que aprendía en el colegio y me ha hecho falta volver a leerlos para comprobar que Soria es tal y como Machado la describe.
Es verano y la temperatura no paraliza los músculos ni quebranta los huesos sino que seca el día y airea la noche. Son los confines de Castilla, la aridez desea transformarse en verde y el Duero se lo concede. No hay más que ver sus riberas, cruzar sus puentes y sortear sus piedras para comprobar que es un río bello por naturaleza y por eso a él se arriman maravillosas muestras del románico castellano que, con espadaña o sin ella; sobre una roca o desde una gruta; entre pinos o rodeadas piedra y pizarra, son joyas medievales sin parangón. El secreto de la naturaleza soriana se desvela a las faldas del Urbión, subiendo a la Laguna Negra, o en los bosques que discurren a través del cañón del río Lobos; y el secreto de su gastronomía masticando unos boletus con berenjenas.
En Soria, como en cualquier otro lugar, el pasado es presente y el futuro lo hay que descubrir:
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar” A. Machado