10/9/13

el equilibrio perfecto

Un viaje sin organizar, mucha ilusión, preferencias en países, lugares por conocer y 3.300 kilómetros desde que salimos hasta que plantamos el pie delante del portal de casa.


Llegamos a la zona de Burdeos tarde pero aún con la suficiente luz como para impresionarnos con sus hectáreas de viñedos de St. Emilion Grand Cru. Al comienzo de cada hilera de vid, flores y, al fondo, el château. Las carreteras eran estrechas y era posible perderse entre viñedos o flores al tiempo que resultaba fácil imaginarse allí en la vendimia del mes de octubre.


St. Emilion es un pueblo pequeño pero enteramente dedicado a sus vinos. Las botellas llenan calles, tiendas, casas y restaurantes. Degustamos vinos del año 2003, una gran cosecha por haber sido un verano de mucho calor.



Otro de los pueblos escogidos para este viaje, ya bajo el sol del Empordá geronés, fue Madremanya, una auténtica delicia de descanso, silencio y encanto. También en el medio del campo pero, en vez de rodearnos de viñedos, lo hicimos de amapolas y girasoles semisecos. 


Nos quedamos muy poco tiempo, pero el suficiente para saber que volveríamos.




A continuación, nuestra tercera mejor elección fue un lugar idílico a escasos kilómetros de Montefollonico, en la Toscana italiana. 


Demasiado bonito para ser verdad, digno de una película. Gran dosis de arte, de pasta y también de buenos vinos con un guiño especial a nuestra siempre bella Siena y al Brunello di Montalcino. 



Y para terminar, una vuelta a casa con ganas de cocinar y con nuevas imágenes guardadas en la retina, probablemente dignas de servir de inspiración. Un mes sin cocinar es siempre demasiado.


Voilà una tarta de manzana al Calvados que me tentó desde que vi la receta en el blog de Manger. Y mientras, a poner las botas para la lluvia y a esperar al otoño.