Giramos nuestra bola del mundo y el dedo se detuvo en Muniellos: una de las cinco Reservas de la Biosfera de Asturias; uno de los tesoros más preciados de Fuentes del Narcea; y uno de los secretos mejor guardados de la "pareja perfecta" (el río y el bosque).
En vez de imaginarlo, había que vivirlo aunque fuese invierno. Es más, era lo ideal, la estación perfecta para asistir al espectáculo del letargo; de la diversión de los duendes sorteando los troncos de los árboles desnudos; y de la belleza de las xanas peinándose en las cascadas.
A través de las baldosas de madera intuir el sendero era tarea fácil. Y cuando éstas se acabaron, apoyado en un puente, nos esperaba un duende provisto del hilo de Ariadna para que no nos perdiésemos en el laberinto del bosque. No hablaba, solo reía y nos miraba en un intento de burlarnos con su flecha emulando a Eros.
Planeamos sucumbir a su juego y, con una risa contagiosa, desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Atamos el extremo del hilo al puente que daba acceso al bosque y nos dispusimos a caminar mientras el ovillo comenzaba a deshacerse.
Fruto del deshielo y también de las travesuras del duende, el agua se había propuesto inundarlo todo. El sendero de hojas se interrumpía con zonas de barro y riachuelos que dificultaban el ascenso pero había puentes hermosos que invitaban a observar saltos de agua tapizados de elegante musgo verde.
Una terrible tormenta nos acució a mitad de camino y nos obligó a refugiarnos dentro del tronco de un árbol centenario. Cuando la tormenta amainó y sin soltar el hilo, proseguimos nuestro recorrido y alcanzamos la ladera de la montaña perfilando su senda por el extremo izquierdo. La altitud ya era evidente y las vistas, bajo un cielo despejado, nada despreciables.
El ovillo cada vez se volvía más pequeño, restaban apenas unos metros de hilo para llegar. El último obstáculo del duende fue un riachuelo de piedras resbaladizas que resolvimos con audacia y cuando asomamos en la cumbre, el final dibujó una laguna de cristal blanco enmarcada en millones de ramas escarchadas. Sentada en una roca, el canto de una xana nos indujo al sueño.
Cuenta la historia que los dos jóvenes despertaron de su letargo en un espeso bosque y desconcertados, observaron estupefactos, como los duendes les habían dispuesto un sino recíproco.