18/11/09

Crónicas de Pushân: Tenerife Norte

Asomó el sol tras la Tejita. Apenas había amanecido y la temperatura ya rondaba los 20 grados en pleno mes de noviembre. Dos años sin pisar la isla hacían de este regreso una ocasión aún más especial y emocionante. La estancia sería corta pero la intensidad, infinita.

Me olvidé de noviembre y me planté en agosto. Un sol formidable irradiaba la ruta hacia el norte y conforme nos íbamos acercando, algo de extraño: ni una nube. Una invitación tan evidente y repentina a los shorts, los tirantes y las "cholas" no se podía rechazar.

El mar no se quiso quedar atrás y también me obsequió con un baño en la playa volcánica de El Bollullo. Un escenario tan marinero como éste nos abrió el apetito y la tentación nos redireccionó a un guachinche en el corazón de San Juan de la Rambla. Allí, aprovechando la oportunidad de elegir pescado fresco, nos animamos con unas viejas, unos chicharros y unas lapas. Buena y larga comida acompañada de una charla sosegada de amigos que hacía tiempo que no se veían.

Descansamos del cansancio y anochecimos en el tranvía a Santa Cruz, esa capital repudiada por muchos y adorada por otros. La descubrí de noche. Ese "nada de especial" me gustó, a veces el encanto está en el ambiente que se respira.

Por otro lado, su eterna rival: La Laguna y otra perspectiva: el día. Cielo azul y destellos multicolores en todo el recorrido por su barrio más histórico. Casitas bajas, preciosos balcones canarios, patios de vegetación frondosa a la par que maravillosa, palmeras y araucarias: sellos de un pasado colonial.

Arafo fue nuestra siguiente parada y mi sorpresa del viaje. Allí me esperaba una finca en plena colina rodeada de una cuidada y muy trabajada huerta en la que, tras una bocanada de aire, cerré los ojos y me concentré en ese buen momento de unión con la naturaleza y los buenos productos de la tierra. No me queda más que decir que admiro a sus dueños por amar tanto el buen hacer de las faenas del campo y por haberme agasajado con tantos y tan exquisitos manjares haciendo gala del codiciado "hecho en casa".

Y el mejor colofón: el último baño del año en los charcos de la Punta del Hidalgo con las montañas de Anaga de fondo. A partir de ese momento, el atardecer oscureció Tenerife y se apagó mi viaje.

Final feliz en tierras guanches, tres abrazos y un "Ahul sanet" que se repetirá pronto.