Nada más cruzar la frontera no hay que ser muy sabio para darse cuenta de que Montenegro ha jugado sus mejores cartas en la pugna balcánica y que ha ganado. Ha ganado un territorio muy valioso, el pequeño tesoro de la antigua Yugoslavia.
Una vez allí, yo me acerqué a la orilla, me metí en el agua que baña la bahía de Kotor y miré hacia arriba. Desde ese momento me quedé colgada de aquel paisaje porque la cabeza se enganchó a la roca mientras los ojos intentaban encontrar el cielo. No he estado en ningún lugar en el que el mar bañe las orillas de montañas tan majestuosas y de un tamaño tal.
No hay mucho más que contar, pues las imágenes lo dicen todo. Dicen que aquellos fueron días de relax, de desayunos frente al mar, lecturas a destajo, baños tempraneros, paseos sosegados y, al fin y al cabo, de algo necesario: de itinerario interrumpido.
Esta semana meriendo con Montenegro y con chocolate porque ambos son adictivos e irresistibles.
(Receta: La Tartine Gourmande)