Un par de conversaciones con dos personas diferentes durante esta semana me han hecho reflexionar sobre los deseos frustrados.
Aún recuerdo cuando, tan solo hace unos años y sin conocer buena parte de la literatura de los audaces aventureros y exploradores de otros continentes y épocas, ya adornaba mi imaginación augurándome un futuro en África. Mi visión puede que fuese puramente inocente pero no estaba exenta de motivación y una aspiración voraz a hacer algo que parecía entusiasmarme.
Por aquel entonces, leía mucho sobre desarrollo de comunidades rurales en países subdesarrollados y me sentía totalmente capaz de viajar al continente africano para colaborar en un proyecto de turismo comunitario. No se trataba de un simple capricho y contacté con un tal Erling Kavita, antiguo alumno de mi tutor de tesis, recién licenciado y renombrada eminencia ya en en asuntos turísticos en Namibia.
Lo que desluce toda esta historia es que hasta ahí puedo leer porque todo se detuvo de repente. No sé verdaderamente cuál fue el motivo, miedo no, puedo asegurarlo. Hoy, echando la vista atrás, me doy cuenta que las cosas hay que hacerlas en el momento justo en que se desean o de lo contrario la frustración se convierte en un mal sueño.
Suelen decir que nunca es tarde, pero las circunstancias cambian aunque el deseo siga latente. Creo que por eso hoy me apasiona contagiarme del blog de Jaime sobre su proyecto en Angola, porque imagino que con sólo leer, puedo suplantar su identidad y embarcarme en esa aventura que enseña tanto sobre la vida a nosotros, los que estamos en el otro lado del mundo.