4/11/10

Normandía y la celebración de un otoño sin fin

Hemos pasado unos días en el norte de Francia. Una vez más es evidente que siento verdadera pasión por este país y cualquier excusa es buena para hacer una escapada. También había algo que celebrar así que no lo dudamos un instante.

El por qué de Normandía fue la sensación de que tenía que ser esta época del año: otoño, con posibles cielos encapotados pero sin mucho frío aún; las playas desiertas; los faros solitarios al caer el sol; las iglesias oscuras y frías sobre promontorios de verde asturiano...

Para mí Normandía vestía katiuskas, camiseta marinera, chubasquero y recogía manzanas para hacer sidra, jus de pommes y pommeau.


Huyendo de desembarcos y demás historias bélicas, preferimos imaginarnos en los escenarios de uno de los grandes clásicos de la literatura, "Madame Bovary" de Flaubert. Así, caminamos Rouen, la ciudad de las agujas en sus muchas iglesias; atravesamos el asombroso Pont de la Normandie desde Le Havre con dirección a la famosa Deauville; en Honfleur, un bonito pueblo pintoresco a orillas del mar, no dijimos que no a unos moules (o mejillones) al roquefort; y en Étretat nos dejamos vencer por el miedo en sus acantilados vertiginosos.

Éste no era el otoño de Asturias y no hubo castañas pero, en una similitud regional, seguimos soñando que sea aquel otoño por un sinfín de años más.