Ya lo narró el gran novelista D.H. Lawrence que se quedó prendado del cielo impoluto y la luminosidad deslumbrante de Cagliari. Así pues, a mí no me queda más remedio que corroborar su afirmación y dejarme llevar por una primera impresión para comparar su luz con la de Lisboa.
Tampoco hace falta ser muy ducho en arqueología para darse cuenta de que la ciudad es un testimonio vivo del paso de muchos pueblos que dominaron la isla durante siglos pasados: fenicios, romanos, bizantinos, sarracenos, pisanos, genoveses y aragoneses...
Siguiendo el patrón de las poblaciones meridionales de Italia, aunque separada de la bota, Cagliari nos muestra su lado más decadente, pero no por ello más desdeñable. Fachadas descuidadas con un encanto más que especial, colores tierra y ocres, otros más llamativos; cúpulas dominando las alturas e iglesias de estilos eclécticos dentro de la muralla; arcos bizantinos, calles estrechas, altares por doquier y simpáticas contraventanas. Buen fondo físico y gemelos activados es lo necesario para darse un largo paseo por el barrio del Castello.
El sabor a mar se degusta en la zona de Il Poetto y Calamosca. Un turquesa intenso se mezcla con un cielo que augura tormenta pero se ve vencido por los rayos de un sol radiante. Al fondo y entre una neblina casi densa, se perfila la silueta difuminada de las colinas sardas. La costa descansa de su embotellamiento veraniego y nos permite disfrutar del silencio, de la brisa y de la calma.
Mientras, el jolgorio se concentra en las inmediaciones de la piazza Yenne y del Bastione St. Remy. Terrazas y ambiente chill-out para disfrutar de las suaves temperaturas nocturnas y el horizonte de Casteddu desde las alturas.
Agradar al paladar es muy fácil: excelentes pizzas (afortunadamente algunas "senza glutine") y helados sin parangón. Con ese buen sabor y el del apacible desayuno desde la ventana de L´Arco, me quedo con la mejor estampa y recuerdo de una escapada y la mejor de las compañías.
22/9/09
10/9/09
Como si Reverte hubiera hurgado en mis adentros
"Viajar, leer, escribir" (Javier Reverte, revista Viajar)
Viajar, leer, escribir son palabras que amo y cuyo sentido, en buena medida, me parece en muchas ocasiones el mismo [...]
Viajar es la forma primera de aproximarse a lo ignorado y ya se sabe que el problema de viajar es como el de las drogas: requiere cada vez una dosis mayor. Viajar supone salir del espacio natural de tu propia vida, de la monotonía del existir, incluso del aburrimiento que propone lo cotidiano. Supone también un ejercicio de libertad extraordinario, ya que los días no se gobiernan por la obligación sino por el gusto e incluso por el capricho [...] Viajar por otra parte, y eso es algo en apariencia contradictorio, acorta el tiempo, porque todo lo que encuentras a tu paso despierta tu interés, tu pasión o tu rechazo, logra que en suma te sientas arrebatado por los sentimientos. Y los sentimientos alargan el ritmo del reloj del corazón.
[...] ¿Y qué es leer? ¿Es evasión como dicen algunos? Ni mucho menos. Leer es una suerte de victoria que se parece enormemente al viaje. Cuando leemos nuestro yo desaparece y se integra en la historia que alguien ha imaginado para nosotros. No es evasión sino evocación de algo que nos pertenecía y sobre lo que no sabíamos nada. Y es un acto de creación mucho más intenso de lo que podría pensarse [...] El gran cómplice, al fin, del escritor no es otro que el lector, porque el libro se realiza entre los dos, se hace digno si quien lo lee entiende a quien lo escribe y si quien escribe respeta e imagina a quien lee [...] ¿Cuánto dura la lectura del libro que nos arrebata? Veinte horas tal vez según los relojes; quizás toda una vida en nuestra alma. No existe el tiempo.
Escribir, en fin, no es mucho más que todo eso. Es una aventura de los sentidos, la busca de lo ignorado, un afán por percibir lo que se esconde en ese lado oscuro de la existencia, un intento de explicar el caos, un empeño por convertir la realidad en lo que esconde la vida...
9/9/09
Artesanas en peligro de extinción
Como en tantos otros lugares y en tantas otras circunstancias, aún quedan oficios tradicionales y muy excepcionales que no sabemos ni que existen y que corren el peligro de desaparecer. Y es que a veces pensamos que las cosas se hacen solas sin darnos cuenta de que hay unas manos, silenciosas pero mágicas, detrás.
En esta ocasión he conocido a una de las últimas mujeres que aún hoy siguen dedicándose a fabricar y reparar redes en Asturias. El de redera ha sido siempre un oficio típicamente asociado a la mujer marinera. La tarea de las rederas es a pie de muelle y su jornada laboral consiste en coser, fabricar y cuidar las redes para que estén en perfectas condiciones. Tedioso y largo trabajo para el poco beneficio y el reconocimiento que obtienen. Antiguamente las redes eran de algodón y necesitaban de mucho espacio para extenderse. Las niñas de familias marineras eran introducidas en la faena y aprendían el oficio comenzando por hacer nudos donde había agujeros para después, con el tiempo y la experiencia, terminar haciendo mallas solas.
Esta técnica fue la misma que les sirvió a las mujeres del municipio asturiano de Luanco para idear unos encajes llamados también "mallas", por su similitud con las redes de pesca. Esta costumbre artesana llegó a las costas del concejo de Gozón gracias al auge de la actividad pesquera. Durante el siglo XIX fue una importante fuente de ingresos que complementaban la deficiente economía de la zona.
Hoy avanzamos y, en la mayoría de las ocasiones, significa ganar pero también perder.
En esta ocasión he conocido a una de las últimas mujeres que aún hoy siguen dedicándose a fabricar y reparar redes en Asturias. El de redera ha sido siempre un oficio típicamente asociado a la mujer marinera. La tarea de las rederas es a pie de muelle y su jornada laboral consiste en coser, fabricar y cuidar las redes para que estén en perfectas condiciones. Tedioso y largo trabajo para el poco beneficio y el reconocimiento que obtienen. Antiguamente las redes eran de algodón y necesitaban de mucho espacio para extenderse. Las niñas de familias marineras eran introducidas en la faena y aprendían el oficio comenzando por hacer nudos donde había agujeros para después, con el tiempo y la experiencia, terminar haciendo mallas solas.
Esta técnica fue la misma que les sirvió a las mujeres del municipio asturiano de Luanco para idear unos encajes llamados también "mallas", por su similitud con las redes de pesca. Esta costumbre artesana llegó a las costas del concejo de Gozón gracias al auge de la actividad pesquera. Durante el siglo XIX fue una importante fuente de ingresos que complementaban la deficiente economía de la zona.
Hoy avanzamos y, en la mayoría de las ocasiones, significa ganar pero también perder.
4/9/09
Desfiguración masculina
Hombres con arraigados ideales sin origen ni fundamento,
que disfrutan con la decepción de las mujeres,
con el apiadamiento de las mismas antes de matarlas.
Este tipo de hombres no pueden ser personas,
más bien monstruos sin enjaular.
que disfrutan con la decepción de las mujeres,
con el apiadamiento de las mismas antes de matarlas.
Este tipo de hombres no pueden ser personas,
más bien monstruos sin enjaular.
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