Hoy una revista de Cuba ha caído en mis manos por casualidad y, no por casualidad, se han despertado en mí las ganas de revivir aquel viaje, un viaje que surgió en la imaginación, muy lejos de todo lo posible y que, sin embargo, terminó siendo real y superando con creces mis expectativas.
Así, con la excusa de una conversación de una típica noche de sábado, llegamos a La Habana hace un año. Dos de la madrugada: todo estaba muy oscuro, apenas algunas bombillas lucían en el batiburrillo de calles de pavimento caótico. Comedido silencio, tremendo olor a carburante y humedad asfixiante. El taxi nos condujo a "Casa Lourdes", la que sería nuestra casa y familia durante unos días. En ese preciso instante y en mitad de las tinieblas, comienza un viaje de destellos inauditos, de amor a una tierra insólita, a una gente viva, talentosa y feliz.
La Habana crea adicción, te encadena obsesivamente a las mil historias que se van creando cada vez que te cruzas con alguien en la calle, que levantas la vista hacia los balcones, que te sientas en un bordillo a contemplar la Plaza Vieja, que te detienes a escuchar a una banda de música tocando en un café, que vas a comprar al mercado de la Calle Obispo, que bailas salsa, que te hacen un curso acelerado sobre cómo tocar los bongos y las claves en un portal de la Calle Mercaderes, que paseas por el Malecón esperando que una ola choque y te empape de la cabeza a los pies, que caminas la interminable Calle 23...
Cierro los ojos y aún es posible relamerme con decenas de frutas exóticas de un sabor pasmoso, imposible de encontrar en otro lugar que no sea Cuba. Todas formaban parte de los zumos naturales que Rigoberto y Lourdes se afanaban en preparar con tanto cariño cada mañana. Desayunos de ensueño en la galería de una casa que desde el primer momento ya sentimos como nuestra. Techos altos en un edificio art nouveau restaurado de los pocos que aún quedan en pie en la Habana Vieja. Habana Vieja, barrio impasible, multicolor, de compadreo, musical, histórico, savia de un árbol milenario y multiétnico.
Pasión por Cuba, la "Perla del Caribe", reliquia de un pasado mejor, tesoro impertérrito de un futuro incierto. Paso la última hoja de la revista y, antes de cerrarla, me prometo a mí misma que, sin duda, volveré.
25/2/09
17/2/09
Quienes somos y a quién amamos
Según un reciente estudio de una antropóloga de la Universidad de Rutgers, Helen Fisher, el tipo de personalidad de cada uno de nosotros determina neurológicamente la elección de pareja (algo que nos da qué pensar a los que no la tenemos).
10/2/09
Crónicas de Pushan: Lisboa
“Los verdaderos viajeros son los que parten por partir” (Baudelaire)
Quizás no sea una verdadera viajera pero he partido por partir. Han bastado: una tarde de domingo, un estímulo de soledad y ningún motivo aparente. ¿Destino? No importaba. Primer billete barato que encontré: Lisboa. Y me dije: ¿Por qué no? y todos me preguntaban: ¿Y por qué sola? Las oportunidades hay que aprovecharlas… y los deseos hay que alimentarlos. No hace falta ir a todos lados de la mano.
La noche del viernes salí de casa perezosa y de repente me encontré en el aeropuerto, uno de esos “no lugares” que tanto le gustaba frecuentar a Baudelaire: ir, sentarse y observar los aviones durante horas y horas, sin más. Casualmente, él también hablaba de Lisboa: “ciudad de agua, mármol y luz, propicia para la reflexión y la tranquilidad”. No lograba ni quería imaginármela pero esperaba no encontrarme algo tan caótico como Porto. Aunque… pensándolo bien… todo tiene su encanto (como se suele decir).
Dada la hora que era, el único ruido que escuchaba eran las máquinas de café que nos mantenían en pie a los que todavía no nos había vencido el sueño. Caí rendida en el avión y, cuando abrí los ojos, amanecí en Lisboa. Se despertó una mañana prometedora y comencé a caminar. Morfeo me aconsejó un café y qué mejor lugar que Portugal. Sin embargo, soy sibarita y no encontré un café a medida hasta que llegué al Barrio do Castelo y me colé por uno de sus recovecos. Después de la subida y el calor agotador, merecí una buena dosis de cafeina y glucosa. ¿Puede haber tantas formas de llamar al café? Sí, como los esquimales tienen decenas de nombres para la nieve. Bica, bica cheia, carioca, duplo, pingado, garotto, café com leite, meia de leite, galao, galao bem escuro. Me decidí por un garotto, a saber: café con leche largo de café.
Paseé durante todo el día sin rumbo, sin planos, dejándome llevar por los becos y travessas de los Barrios de Chiado y Graça, por los raíles del antiguo tranvía 28. Me enloqueció el mirador de Santa Luzia y al lado, las Portas do Sol frente al río. La luz era tan fantástica que iluminaba todo lo que tocaba y el contraste entre los barrios altos y los bajos dibujaban las siete colinas lisboetas con una perfección incomparable. El azul del mar, el del cielo, el blanco del mármol de las iglesias y el naranja de los tejados eran las pinceladas finales que hacían de ese cuadro un auténtico oasis de tranquilidad. Seducida.
Nada tienen que envidiar las Praças do Comercio, do Figueiras y do Rossio a las de París, Madrid o Roma. Espectaculares. También admiré el estilo manuelino de la Torre de Belém por ser diferente y único (como el prerrománico asturiano). Y cuando creía que ya lo había visto todo, descubrí que, como casi siempre, lo mejor está reservado para el final. El secreto lo guardaba la Sé, dueña de la llave que da paso a lo más alucinante de Alfama y el laberinto de sus callejuelas. Entre algunas de sus ventanas abiertas se escapaban las notas musicales de envolventes fados. Enamorada.
Y sí, se apoderó de mí la “SAUDADE”, esa especie de nostalgia de la que los portugueses se creen dueños. Heroísmo del pasado, tristeza del presente y melancólica esperanza del futuro.
Quizás no sea una verdadera viajera pero he partido por partir. Han bastado: una tarde de domingo, un estímulo de soledad y ningún motivo aparente. ¿Destino? No importaba. Primer billete barato que encontré: Lisboa. Y me dije: ¿Por qué no? y todos me preguntaban: ¿Y por qué sola? Las oportunidades hay que aprovecharlas… y los deseos hay que alimentarlos. No hace falta ir a todos lados de la mano.
La noche del viernes salí de casa perezosa y de repente me encontré en el aeropuerto, uno de esos “no lugares” que tanto le gustaba frecuentar a Baudelaire: ir, sentarse y observar los aviones durante horas y horas, sin más. Casualmente, él también hablaba de Lisboa: “ciudad de agua, mármol y luz, propicia para la reflexión y la tranquilidad”. No lograba ni quería imaginármela pero esperaba no encontrarme algo tan caótico como Porto. Aunque… pensándolo bien… todo tiene su encanto (como se suele decir).
Dada la hora que era, el único ruido que escuchaba eran las máquinas de café que nos mantenían en pie a los que todavía no nos había vencido el sueño. Caí rendida en el avión y, cuando abrí los ojos, amanecí en Lisboa. Se despertó una mañana prometedora y comencé a caminar. Morfeo me aconsejó un café y qué mejor lugar que Portugal. Sin embargo, soy sibarita y no encontré un café a medida hasta que llegué al Barrio do Castelo y me colé por uno de sus recovecos. Después de la subida y el calor agotador, merecí una buena dosis de cafeina y glucosa. ¿Puede haber tantas formas de llamar al café? Sí, como los esquimales tienen decenas de nombres para la nieve. Bica, bica cheia, carioca, duplo, pingado, garotto, café com leite, meia de leite, galao, galao bem escuro. Me decidí por un garotto, a saber: café con leche largo de café.
Paseé durante todo el día sin rumbo, sin planos, dejándome llevar por los becos y travessas de los Barrios de Chiado y Graça, por los raíles del antiguo tranvía 28. Me enloqueció el mirador de Santa Luzia y al lado, las Portas do Sol frente al río. La luz era tan fantástica que iluminaba todo lo que tocaba y el contraste entre los barrios altos y los bajos dibujaban las siete colinas lisboetas con una perfección incomparable. El azul del mar, el del cielo, el blanco del mármol de las iglesias y el naranja de los tejados eran las pinceladas finales que hacían de ese cuadro un auténtico oasis de tranquilidad. Seducida.
Nada tienen que envidiar las Praças do Comercio, do Figueiras y do Rossio a las de París, Madrid o Roma. Espectaculares. También admiré el estilo manuelino de la Torre de Belém por ser diferente y único (como el prerrománico asturiano). Y cuando creía que ya lo había visto todo, descubrí que, como casi siempre, lo mejor está reservado para el final. El secreto lo guardaba la Sé, dueña de la llave que da paso a lo más alucinante de Alfama y el laberinto de sus callejuelas. Entre algunas de sus ventanas abiertas se escapaban las notas musicales de envolventes fados. Enamorada.
Y sí, se apoderó de mí la “SAUDADE”, esa especie de nostalgia de la que los portugueses se creen dueños. Heroísmo del pasado, tristeza del presente y melancólica esperanza del futuro.
2/2/09
Relájate y disfruta
Círculos concéntricos que se unen en anillos perfectos flotan en la superficie del manantial de Las Caldas, a ocho kilómetros de Oviedo. Son los reflejos acuáticos que guardan celosamente la majestuosidad de la roca madre, aquella desde la que ,hace más de 10.000 años, mana el agua termal que le ha dado prestigio.Sus propiedades analgésicas, antiinflamatorias y sedantes animaron a que en 1773 el arquitecto Ventura Rodríguez diseñase un proyecto para construir el Real Balneario. Hoy, después de dos siglos, reabre sus puertas para desvelar los secretos guardados durante tantos años y se reconvierte en unas lujosas instalaciones para el disfrute de muchos. Edificios de corte elegante, estancias con personalidad clásica y una ambientación que invita a la relajación en su estado más puro conforman un espacio de referencia en Asturias. La Sala de las Columnas alberga un circuito privado donde todo está cuidado al detalle: luz tenue, arcos ovalados, teselas doradas que, a modo de puzzle, componen un mosaico de tintes árabes. El laberinto de columnas es perfecto para perderse y, a través de estrechos pasillos de chorros calientes, se llega a la meta donde os espera un manantial espectacular dominado por un rosetón multicolor y unos muros amarillentos que infunden calidez y transmiten la paz absoluta. Sin embargo, no todas las bondades provienen de sus infraestructuras sino que la calidad en el trato humano también es el sello de su identidad y precisamente de ello, presume su director general, José Felix.
Para el que pueda acercarse a disfrutarlo, además de aconsejárselo, le reto a que descubra en qué se han inspirado para diseñar su logo. Yo ya he ido y os he dado la pista en mi relato.
Para el que pueda acercarse a disfrutarlo, además de aconsejárselo, le reto a que descubra en qué se han inspirado para diseñar su logo. Yo ya he ido y os he dado la pista en mi relato.
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