Ayer me emocionaba a la vez que me identificaba leyendo sobre Isabel Allende:
Isabel Allende: El 8 de enero de 1981 recibió la noticia de que su abuelo, al que adoraba, se moría. Ese día, la carta que comenzó a escribirle resultó ser el inicio de su primera novela. Desde entonces, cada 8 de enero empieza una novela y cada día, al ponerse a escribir, enciende una vela.
Yo: El 15 de enero de 2007 recibí la noticia de que mi abuela, a la que adoraba, se moría. La carta que comencé a escribirle resultó ser el inicio de una historia. Desde entonces, cada 15 de enero empiezo una historia nueva y cada día, al ponerme a escribir, pienso en ella.
La diferencia está en que no sé si algún día mis historias llegarán a ser novela pero me conformo con la felicidad de que ella disfrutase leyéndome.
20/11/09
18/11/09
Crónicas de Pushân: Tenerife Norte
Asomó el sol tras la Tejita. Apenas había amanecido y la temperatura ya rondaba los 20 grados en pleno mes de noviembre. Dos años sin pisar la isla hacían de este regreso una ocasión aún más especial y emocionante. La estancia sería corta pero la intensidad, infinita.
Me olvidé de noviembre y me planté en agosto. Un sol formidable irradiaba la ruta hacia el norte y conforme nos íbamos acercando, algo de extraño: ni una nube. Una invitación tan evidente y repentina a los shorts, los tirantes y las "cholas" no se podía rechazar.
El mar no se quiso quedar atrás y también me obsequió con un baño en la playa volcánica de El Bollullo. Un escenario tan marinero como éste nos abrió el apetito y la tentación nos redireccionó a un guachinche en el corazón de San Juan de la Rambla. Allí, aprovechando la oportunidad de elegir pescado fresco, nos animamos con unas viejas, unos chicharros y unas lapas. Buena y larga comida acompañada de una charla sosegada de amigos que hacía tiempo que no se veían.
Descansamos del cansancio y anochecimos en el tranvía a Santa Cruz, esa capital repudiada por muchos y adorada por otros. La descubrí de noche. Ese "nada de especial" me gustó, a veces el encanto está en el ambiente que se respira.
Por otro lado, su eterna rival: La Laguna y otra perspectiva: el día. Cielo azul y destellos multicolores en todo el recorrido por su barrio más histórico. Casitas bajas, preciosos balcones canarios, patios de vegetación frondosa a la par que maravillosa, palmeras y araucarias: sellos de un pasado colonial.
Arafo fue nuestra siguiente parada y mi sorpresa del viaje. Allí me esperaba una finca en plena colina rodeada de una cuidada y muy trabajada huerta en la que, tras una bocanada de aire, cerré los ojos y me concentré en ese buen momento de unión con la naturaleza y los buenos productos de la tierra. No me queda más que decir que admiro a sus dueños por amar tanto el buen hacer de las faenas del campo y por haberme agasajado con tantos y tan exquisitos manjares haciendo gala del codiciado "hecho en casa".
Y el mejor colofón: el último baño del año en los charcos de la Punta del Hidalgo con las montañas de Anaga de fondo. A partir de ese momento, el atardecer oscureció Tenerife y se apagó mi viaje.
Final feliz en tierras guanches, tres abrazos y un "Ahul sanet" que se repetirá pronto.
Me olvidé de noviembre y me planté en agosto. Un sol formidable irradiaba la ruta hacia el norte y conforme nos íbamos acercando, algo de extraño: ni una nube. Una invitación tan evidente y repentina a los shorts, los tirantes y las "cholas" no se podía rechazar.
El mar no se quiso quedar atrás y también me obsequió con un baño en la playa volcánica de El Bollullo. Un escenario tan marinero como éste nos abrió el apetito y la tentación nos redireccionó a un guachinche en el corazón de San Juan de la Rambla. Allí, aprovechando la oportunidad de elegir pescado fresco, nos animamos con unas viejas, unos chicharros y unas lapas. Buena y larga comida acompañada de una charla sosegada de amigos que hacía tiempo que no se veían.
Descansamos del cansancio y anochecimos en el tranvía a Santa Cruz, esa capital repudiada por muchos y adorada por otros. La descubrí de noche. Ese "nada de especial" me gustó, a veces el encanto está en el ambiente que se respira.
Por otro lado, su eterna rival: La Laguna y otra perspectiva: el día. Cielo azul y destellos multicolores en todo el recorrido por su barrio más histórico. Casitas bajas, preciosos balcones canarios, patios de vegetación frondosa a la par que maravillosa, palmeras y araucarias: sellos de un pasado colonial.
Arafo fue nuestra siguiente parada y mi sorpresa del viaje. Allí me esperaba una finca en plena colina rodeada de una cuidada y muy trabajada huerta en la que, tras una bocanada de aire, cerré los ojos y me concentré en ese buen momento de unión con la naturaleza y los buenos productos de la tierra. No me queda más que decir que admiro a sus dueños por amar tanto el buen hacer de las faenas del campo y por haberme agasajado con tantos y tan exquisitos manjares haciendo gala del codiciado "hecho en casa".
Y el mejor colofón: el último baño del año en los charcos de la Punta del Hidalgo con las montañas de Anaga de fondo. A partir de ese momento, el atardecer oscureció Tenerife y se apagó mi viaje.
Final feliz en tierras guanches, tres abrazos y un "Ahul sanet" que se repetirá pronto.
8/11/09
Conversaciones trascendentales en el Lolina
Nos rodean sillones, butacas de abuela; papel de pared al más puro estilo “Cuéntame cómo pasó”; y lámparas de terciopelo y flecos… pero no estábamos allí para hablar de pasado por mucho rollo vintage que se respirase. Ambas nos sentamos junto a un té de hierbabuena con la idea de imaginar un idílico futuro inmediato, de poner punto y final a pensar que no llegará y abrir comillas al: “¿Y por qué no?”.
Nadie decide si merecemos o no ser felices pero, para bien o para mal, me gusta creer que hay un destino y que la vida me va dando pistas con las que juego a intuir, hilar y descifrar para que la historia sea más bonita.
Me gustan las historias bonitas.
Nadie decide si merecemos o no ser felices pero, para bien o para mal, me gusta creer que hay un destino y que la vida me va dando pistas con las que juego a intuir, hilar y descifrar para que la historia sea más bonita.
Me gustan las historias bonitas.
4/11/09
Crónicas de Pushân: Picos de Europa
Amanecía en las cumbres de Picos de Europa al fondo. Dudábamos acerca de la permisividad del tiempo pero dejamos a la Santina deliberar el futuro de la mañana.
Potentes Landrovers como los de antes, me hicieron recordar los paseos en el Willy verde del abuelo. Opté por viajar en los asientos que miraban al frente para no marearme mientras dejaba los traseros para los expertos. Todo un honor comenzar la ascensión con dos auténticos conocedores de la zona, probablemente dos de los mejores entre unos pocos.
Al tiempo que alcanzábamos la carretera que subía a Lagos de Covadonga, el telón de nubes se iba retirando tímidamente invitando al sol a ofrecernos las mejores vistas pocas veces logradas.
Al igual que en otras ocasiones, miraba a mi alrededor y me sentía orgullosa de pertenecer a esta tierra, a este pequeño rincón del mundo que me erizaba la piel de emoción.
En el lugar perfecto, disfruté de lo que se extendía ante mis ojos, de lo maravilloso de observar, y de repente no había nadie conmigo. Se respiraba el silencio y una brisa muda acariciaba el pelo y mimaba la piel. Tan solo un segundo, pero clavada en el verdor y casi tocando el cielo, ese fue mi momento.
La felicidad siempre está en esas pequeñas cosas.
Potentes Landrovers como los de antes, me hicieron recordar los paseos en el Willy verde del abuelo. Opté por viajar en los asientos que miraban al frente para no marearme mientras dejaba los traseros para los expertos. Todo un honor comenzar la ascensión con dos auténticos conocedores de la zona, probablemente dos de los mejores entre unos pocos.
Al tiempo que alcanzábamos la carretera que subía a Lagos de Covadonga, el telón de nubes se iba retirando tímidamente invitando al sol a ofrecernos las mejores vistas pocas veces logradas.
Al igual que en otras ocasiones, miraba a mi alrededor y me sentía orgullosa de pertenecer a esta tierra, a este pequeño rincón del mundo que me erizaba la piel de emoción.
En el lugar perfecto, disfruté de lo que se extendía ante mis ojos, de lo maravilloso de observar, y de repente no había nadie conmigo. Se respiraba el silencio y una brisa muda acariciaba el pelo y mimaba la piel. Tan solo un segundo, pero clavada en el verdor y casi tocando el cielo, ese fue mi momento.
La felicidad siempre está en esas pequeñas cosas.
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