Hoy ha sido especial, uno de esos días que te dejan buen sabor de boca, uno de esos días en los que te quedas con la satisfacción de volver a un lugar, echar la vista atrás y sentir que has vivido una experiencia que ha marcado tu vida. Qué paradoja: nada es eterno y sin embargo todo permanece.
Hoy volví a mi antiguo trabajo, que es prácticamente como volver a casa por Navidad: una gran familia, una buena comida y siempre algo que celebrar. Fueron casi tres años de vida auténtica en los que mastiqué hasta las milésimas de segundo, por eso irme fue como ahogarme en lágrimas. Precisamente volví para una despedida y la lloré como si estuviera reviviendo la mía hace un par de años.
¡Cómo cambia la vida!, ¡el tiempo pasa volando!... esas son frases perennes pero veraces al fin y al cabo. El cambio siempre ha ido parejo con la nostalgia y nostalgia es lo que he sentido hoy desde que he subido al metro hasta que me he sentado en la mesa de nuestro "cuartito" de la oficina para tomar uno de esos cafés a carcajada limpia. De repente fue como si no me hubiera ido nunca, como cuando escribí aquel antiguo post un 31 de octubre de 2008 que decía: chismorreo-sillas arrastrándose-taza de café-unión: cariño. Tal cuál.
Despedirse para reencontrarse siempre es un deleite. Volver y ver todas las esquinas empapeladas con nuestras fotos es emocionantemente conmovedor. Y sacrificar ese gran momento de mi vida por un cambio atrevido ha valido la pena porque el regreso a lo que fue y ya no es, pero en el fondo sigue siendo, es tan dulce que cautiva. Todos hemos sido imprescindibles en ésta, nuestra historia, la de "la sexta".
26/3/10
23/3/10
No buscar para encontrar
Las búsquedas implican desesperación e impaciencia... y la suma: eternidad. Lo que tiene que llegar nunca llega hasta que la búsqueda deja de ser imprescindible y obsesiva. Levantarse con la ilusión y acostarse con la decepción nunca ha sido la mejor opción. Por eso el leit motiv debe ser una especie de "se laisser faire" por la vida misma.
15/3/10
Nosotras
Mientras viajaba en bus, la vista se me perdió en el horizonte del tiempo.
El número siempre ha sido tres: estaba la de mechas color avellana, la rebelde sin causa; la rubia de ojos achinados, la que callaba palabras feas y comenzaba a contagiarse de las travesuras de la adolescencia; y por último estaba la tercera en discordia, la morena de ojos verdes que se medía todos los días la melena a la altura de la espalda para que le dijésemos cuántos centímetros le había crecido. Esas éramos nosotras: una C, una M y una P.
Por aquel entonces las horas lectivas se pasaban entre risas, chismes e historias contadas en hojas cuadriculadas que danzaban de pupitre en pupitre. Cuando hablar en clase no era posible, la complicidad se volvía recíproca en el papel. Lo importante a esa edad era enterarse de lo que había pasado en la sala de juegos el viernes por la tarde; desgañitarse los domingos en los partidos del Narcea; quedar en las almenas con el chico que te gustaba; y pelear por que nos dejaran llegar a casa una hora más tarde el sábado por la noche.
Hoy, la C, la M y la P de aquellos divertidos diálogos escritos comparten historias en cuadrículas cibernéticas pero, cada vez que se juntan, siguen tejiendo una bufanda que da infinitas vueltas al cuello sin dejar de abrigar.
El número siempre ha sido tres: estaba la de mechas color avellana, la rebelde sin causa; la rubia de ojos achinados, la que callaba palabras feas y comenzaba a contagiarse de las travesuras de la adolescencia; y por último estaba la tercera en discordia, la morena de ojos verdes que se medía todos los días la melena a la altura de la espalda para que le dijésemos cuántos centímetros le había crecido. Esas éramos nosotras: una C, una M y una P.
Por aquel entonces las horas lectivas se pasaban entre risas, chismes e historias contadas en hojas cuadriculadas que danzaban de pupitre en pupitre. Cuando hablar en clase no era posible, la complicidad se volvía recíproca en el papel. Lo importante a esa edad era enterarse de lo que había pasado en la sala de juegos el viernes por la tarde; desgañitarse los domingos en los partidos del Narcea; quedar en las almenas con el chico que te gustaba; y pelear por que nos dejaran llegar a casa una hora más tarde el sábado por la noche.
Hoy, la C, la M y la P de aquellos divertidos diálogos escritos comparten historias en cuadrículas cibernéticas pero, cada vez que se juntan, siguen tejiendo una bufanda que da infinitas vueltas al cuello sin dejar de abrigar.
9/3/10
Diarios de Alcoba
Nada más lejos y nada más cerca de la realidad, tan sólo hechos.
Hechos que hoy te hacen estar arriba y mañana abajo.
La motivación es la fuerza que mueve a las personas.
Yo estoy hecha de impulsos y no quiero quedarme vacía.
El vacío es ausencia y la ausencia, el efecto de no estar.
Yo quiero estar porque sino el espacio es duro y la pena, un muro.
Hechos que hoy te hacen estar arriba y mañana abajo.
La motivación es la fuerza que mueve a las personas.
Yo estoy hecha de impulsos y no quiero quedarme vacía.
El vacío es ausencia y la ausencia, el efecto de no estar.
Yo quiero estar porque sino el espacio es duro y la pena, un muro.
5/3/10
El placer de lo desapercibido
Casi todos los días las nubes se olvidan de borrar el azul del cielo de Madrid y el sol no es más que el alentador efecto de un invierno sin fin.
Nos dedicamos a un fin de semana "impresionista" y dejarse impresionar fue bastante fácil para personas como nosotras, que disfrutamos con el solo hecho de observar.
¿Qué puede haber tras las burbujas de una copa de cava más que unas risas contagiosas que brindan por un momento cualquiera?, ¿y qué hay detrás de una tetería inglesa en medio de Madrid más que una agradable conversación entre tazas románticas, tartas tentadoras y estantes repletos de mermeladas?, ¿y tras nuestras miradas atentas a "El Columpio" de Renoir?
Al pie de Debod nos duerme el cielo azul de Madrid, un domingo con resaca de risas y el sonido de una guitarra a la que acompaña la voz de "Guantanamera". Hay momentos en la vida en los que es fácil dejarse conmover para que lo aparentemente desapercibido se convierta en un auténtico placer.
Nos dedicamos a un fin de semana "impresionista" y dejarse impresionar fue bastante fácil para personas como nosotras, que disfrutamos con el solo hecho de observar.
¿Qué puede haber tras las burbujas de una copa de cava más que unas risas contagiosas que brindan por un momento cualquiera?, ¿y qué hay detrás de una tetería inglesa en medio de Madrid más que una agradable conversación entre tazas románticas, tartas tentadoras y estantes repletos de mermeladas?, ¿y tras nuestras miradas atentas a "El Columpio" de Renoir?
Al pie de Debod nos duerme el cielo azul de Madrid, un domingo con resaca de risas y el sonido de una guitarra a la que acompaña la voz de "Guantanamera". Hay momentos en la vida en los que es fácil dejarse conmover para que lo aparentemente desapercibido se convierta en un auténtico placer.
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