Amenazaba lluvia pero los últimos rayos de luz lograron extenderse a lo largo y ancho de la meseta. Al fondo asomaban ya los picos aún nevados del inmaculado paisaje asturiano y, al contrario de lo que siempre ocurría una vez atravesado El Negrón, el día clareaba antes de invitar a la noche. El crepúsculo bajando el Huerna, en un avanzado mes de abril, era el usual pero a mí se me antojaba distinto, quizás por la nostalgia, quizás por el sentimiento de asturianía o sencillamente porque cada vez que volvía todo era más bello que la última vez.
Horas más tarde, apenas unas estelas blancas rompían el que se predecía como un día de impecable azul cielo bajo las faldas del Naranco. El alba en las calles silenciosas; en el aire madrugador que golpea la cara para estimular cada paso y cada pensamiento; y en el arranque de un día cualquiera en una ciudad del corazón de Asturias, ya no se me antojaba distinta, quizás porque volver era como no haberse ido nunca.
4 comentarios:
Niña!
Cada dias escribes mejor! Me encanta!
Y me encanta este sentimiento asturiano... he conocido a una asturiana que también tiene esta nostalgia!
;)
Me gusta, y presumes de asturiana, que bien je. A mí también me gusta presumir de mi tierra, será una enfermedad? Ahora mismo como me gustaría volver a casa jeje.
Un beso, cuidate, voy intentar no pensar .
claro que sí, hay que presumir de la tierra! cuidate :)
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